Un punto previo importante para quienes generan política y simbología respecto a lo que sucede en Oriente Medio en esta nueva guerra. Es importante notar que el grupo Hamas difícilmente representa a los palestinos aunque lo presume.
Es una organización extremista que le ha servido a los enemigos de los palestinos para demonizar la demanda de soberanía de ese pueblo y demorarla o cancelarla a extremos de convertirla en una extensa agonía. La conducción real palestina, que ha reconocido el lógico derecho de Israel a existir y que es aceptada por el mundo, es la Autoridad Palestina en Ramallah.
Este contexto sirve para no caer en defensas directas o indirectas de actos de barbarie, pero además para visualizar en profundidad lo que está ocurriendo ahora en la región.
Hamas, como es público, lanzó el fin de semana una sangrienta ofensiva sobre el sur de Israel tomando prisioneros y asesinado a mansalva con una crueldad nunca antes vista con la matanza de niños y bebes. Este comportamiento no solo obedece a odios. Puede haberlos, pero no importan en el análisis político. Lo que esta gente busca es dinamitar un giro geopolítico clave en la región.
Como ya hemos señalado, un punto a destruir es las negociaciones avanzadas de Israel con Arabia Saudita, mediadas por Estados Unidos, que implicarían el reconocimiento por parte del reino saudita de su antiguo adversario, cosa que no ha hecho desde su creación en 1948. Pero además, ese avance modificaría el mapa de las rivalidades, que se decantarían en un relacionamiento crítico pero más activo entre todas las potencias regionales. Eso se nota ya en el movimiento de funcionarios entre una y otra frontera de los antiguos adversarios.
Riad acaba de anunciar, después del asalto de Hamas, que suspende la discusión de ese pacto. No sabemos si esa decisión es una ruptura definitiva o un gesto para desarmar una de las razones del ataque de los terroristas ultraislámicos. Parecería más bien lo segundo debido a que los nuevos vínculos que se están estableciendo, o en camino de construirse, tienen relación con un ciclo histórico dinámico.
El ataque de este fin de semana puede ser efímero en esta dimensión de sus pretensiones. Los giros geopolíticos están ahí para quedarse, especialmente si involucran inversiones que es lo que le da sentido a la política.
Un dato consistente con esa observación y la dinámica del escenario es el cambio que se ha producido en el gobierno de Israel, que ha incorporado figuras de la oposición para gerenciar este drama y lo que se debe proteger hacia adelante. Entre ellos el influyente centrista, Beny Gantz, y la posibilidad de atraer al ex premier Yair Lapid.
Es una estructura profesional que desplaza a los extremistas ultraortodoxos con los que se rodeó el debilitado premier Benjamin Netanyahu. La grieta que armaron el premier y esos aliados fanáticos para derribar a la justicia, tuvo tal profundidad que desactivó la efectividad del país para defenderse. Es claramente el final de Netanyahu que demorara lo que demore pero ya carece de futuro político.
¿Escalada imprevisible?
Lo importante sin embargo es que la crisis obliga a retomar un rumbo realista. Las nuevas alianzas en el gobierno, son las que deben asumir una decisión clave en estas horas. Hasta los críticos de Israel comprenden que el país debe dar una respuesta contundente a este movimiento de fuerte tono fascista en el espejo de lo que ocurrió cuando EE.UU. cargó sobre Afganistán, después de los conmocionantes atentados del 11-S. Pero esa respuesta en el caso de Israel es lo que principalmente entra en el radar de los atacantes y de sus intenciones.
Hay dos dimensiones de esta ofensiva. Una pretende garantizar la inmovilidad del cuadro político en la región, impidiendo incluso el fortalecimiento inevitable que esas modificaciones y aperturas acarrearían para la Autoridad Palestina. Por el otro, un canje de prisioneros por los civiles que Hamas ha secuestrado.
Cualquier negociación a ese nivel, que ya está en proceso, no podrá funcionar hasta que Israel demuestre una mano de hierro que las pueda sostener ante su sociedad. Pero Hamas no se conforma con esos objetivos. Busca que haya una escalada imprevisible de los ataques israelíes cuyo exceso homogeinice el espíritu de las masas en el universo musulmán, no solo el árabe.
Hay procesos que no son tan visibles y revuelven a los liderazgos de muchas de esas naciones. Irán, que apadrina a Hamas, aunque aún no se sepa si se involucró en el ataque, atraviesa una de sus mayores crisis desde el inicio de la Revolución Islámica en 1979. Hay un formidable desgaste de ese modelo reaccionario de poder que se explica en una escalada de protestas populares saldadas con una durísima represión.
Se refleja en la batalla contra el velo en las mujeres, pero por debajo de esos símbolos expone una crisis social que el régimen de los ayatollah nunca pudo resolver, más bien agravó. El Premio Nobel a la periodista y activista presa Narges Mohammad visibiliza ese escenario y las contradicciones que lo remecen. Hezbollah, el partido político y militar de Líbano, pro iraní y aliado de Hamas, también tiene lo suyo.
Es despreciado por los libaneses de a pie que han marchado repudiando al gobierno de Beirut y fue Hezbollah la fuerza que castigo a las protestas. Las explosiones inexplicables en el puerto de Beirut en agosto de 2020 que mataron a más de dos centenares de personas, ya habían arrasado con el prestigio ya magro de ese partido por el convencimiento público de que acumuló en total descuido en depósitos precarios tres toneladas de nitrato de amonio que acabó estallando.
La debilidad económica asociada a la pandemia y luego agravada por la guerra de Ucrania que encareció el precio de los granos alimenticios, es un factor que moviliza a esas sociedades contra sus líderes. La condición social incrementa el derecho a la protesta como sucedió en 2011 en el norte de África durante la llamada Primavera Árabe detonada por el alza de los precios de los alimentos debido a la crisis global de 2008.
Para intentar neutralizar esos efectos, sirve y ha servido durante años la crisis de Oriente Medio: una guerra sangrienta con un Israel furibundo que desplace a las agendas domésticas y unifique el espíritu de las masas. Irán, en particular, requiere hoy grandes dosis de esa medicina. Esa certeza disuelve en gran medida la contradicción de que el régimen autocrático persa, por su interés económico, haya acordado vínculos diplomáticos con su histórico enemigo saudita, mediado en este caso por China, junto con EE.UU., la otra potencia equilibradora de la región.
Aciertan los analistas que le señalan a Israel que maneje un freno en la ofensiva para no caer en la trampa de invadir Gaza y quedar atrapado en la telaraña que le han tejido sus enemigos. Es difícil. Este cronista escucha a los israelíes en la calle plantear como demanda un ataque total que acabe con la pesadilla.
Pero es posible suponer que la reconstrucción del gobierno israelí mirará justamente en los balances del panorama y difícilmente,aunque no imposible, la Franja de Gaza sea invadida o anexionada. Es probable también que este enorme golpe permita avances como sucedió hace medio siglo cuando el gobierno de Golda Meier herido por el fallido de la guerra del Yom Kipur dio paso a una apertura ampliamente negociadora que se saldó con la paz con Egipto.
En ese sentido la principal arma para acabar con Hamas es fortalecer a la Autoridad Palestina. Por cierto, un gran riesgo que vive Israel de modo crónico, es que los millones de verdaderos palestinos, no los de Hamas, agotada la posibilidad de formar su propia patria por la colonización incesante de sus territorios ancestrales, anulen las estructuras gubernamentales que crearon y avisen que quieren ser israelíes.